Lo que llama la atención es el hecho de que no ha sido evitado el final trágico por parte de las autoridades, conocedoras de la situación de insalubridad y receptoras de múltiples quejas por parte de l@s vecin@s.
No fueron los aullidos y lamentos de los animales los que propiciaron la intervención de la Ertzaintza, sólo el molesto hedor nauseabundo de bolsas repletas con sus cadáveres en descomposición.
No vino la policía por los llantos de hambre y sed, ni por el desconsuelo de no ver la luz del día en su perpetuo encierro, o por los gemidos mientras se comían unos a otros por la pena de tener que acabar con sus compañeros o por el dolor de los más débiles al verse devorados por sus amigos.
Únicamente se hizo caso ante la denuncia de olor a muerto, genérico e indefinido, propiciando el horrendo descubrimiento de restos de animales almacenados en bolsas y desperdigados por el piso, así como el rescate de la pitbull superviviente aquejada de sarna.
Igorre ha destellado en el mapa por esta atrocidad; pero es solo la punta del iceberg porque hay más casos, silenciados o ignorados, de animales en peligro, tanto domésticos como silvestres:
Y en la oscura clausura de hogares y edificios, perros encerrados a cal y canto para que no molesten, gatos domésticos sin alimentar para que cacen ratones.
¿ Por quién doblan las campanas ?
Doblan por los animalitos inocentes; pero también doblan por ti y por mi.
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